Contra-tiempo pte.27 / Vestigios del pasado

Quienes nos acostumbramos a vivir sobre el reloj, a dejar que el tiempo palpite al ritmo de nuestras venas, sabemos apreciar la belleza de ver cómo cada segundo del futuro se convierte en un segundo del pasado, y sólo le toma un segundo, es decir, sólo fue presente durante un segundo. Cada hecho que en este instante es presente, al instante siguiente se convierte en pasado, justo al mismo tiempo en que un hecho futuro se convierte en un hecho presente; y la evidencia más palpable de este hermoso ciclo está en nuestra muñeca, ese aparato que hace “tic-tac”.

Los hechos que forman parte de nuestro pasado toman mayor o menor relevancia en nosotros de acuerdo a las cicatrices que nos dejan, a los escombros, a los restos o las huellas que de ellos quedan. Esos rastros que se imprimen en nuestras mentes son lo que llamamos memoria. De esta forma, mentalmente juntamos las migajas o unimos los fragmentos de lo que alguna vez fue futuro y posteriormente presente (y que hoy no es más que un destrozado pasado), para hacer un recuerdo. Siguiendo este hilo de ideas, se puede decir que los recuerdos no son exactos, siempre faltan algunas pequeñas astillas, por lo que inmediatamente rellenamos los espacios vacíos y los detalles que se perdieron en el tiempo con nuestra imaginación, en consecuencia, al final, los recuerdos no son más que nuestro mejor intento por armar algo que hace tiempo fue destrozado, roto, algo que pasó, que espiró. En conclusión, nuestra memoria necesita apoyarse en las ruinas de nuestro pasado y se asiste con todo aquello (físico, sensible y/o tangible) que dejamos atrás, para formar un recuerdo más o menos fiel al fenecido hecho.

Tratando de apartar de mí todo lo que me dejó sentir ese lúgubre lugar, caminé con la mirada en suelo y directo al Torino azul. No hice más que deslizar mis dedos para abrir la puerta del acompañante, cuando la voz de mi primo me interrumpió:

- Toma todo lo que esté en el habitáculo que yo vacío el baúl.-

Para mi sorpresa, Nicolás no estaba abriendo la otra puerta del Torino, sino que abría el baúl de un Fiat Duna SL de color rojo. Yo conocía ese auto, era inconfundible, se trataba del primer auto de Nicolás, un auto que había estado en la familia desde que lo comprara nuestro tío-abuelo en 1992. Miles, millones de recuerdos volvieron a mí. Un nudo cerró mi garganta, una punzada me paralizó por un segundo y en ese instante pude sentir cómo mi corazón se detuvo. No es que me hubiera olvidado de mi familia, pero ese auto me recordaba con toda claridad aquello que nos fuera arrebatado a mi primo y a mí hace años. Ese inerte objeto arrastraba una aplastante ola de sentimientos y de pasado que creí superar hace tiempo y plantaba frente a mí tan imponente como en el primer día.

Me regalé un segundo más para tranquilizarme y volver en mí, abrí la puerta del Torino y tomé los documentos del auto, un bolso que estaba en el asiento trasero y unas cuantas pertenencias dispersas por los rincones del vehículo.

- ¿Qué es esto, primo? ¿Qué hace tu viejo auto aquí?

- ¡Por favor, Agus! No habrás pensado que fui capaz de venderlo, ¿verdad? Sabes muy bien que adoro ese auto.-

- ¿Cómo es que terminó aquí, en la puerta del cementerio? -

- Antes de venir le pedí a un viejo amigo que lo dejara en este lugar. Desde que volvimos a este país está más que claro que nuestro pasado nos llama y nos deja bien claro que para poder cambiar, primero tenemos que volver. En otras palabras, tenemos que volver a ser quienes somos, a conectarnos con nuestro pasado, aceptarlo y desde ahí, buscar avanzar.-

- No estoy seguro de entenderte.-

- Yo creo que sí, Agus. En todo caso, esto no viene a colación. Vamos, tenemos a Arcángel esperando en el bar.-

Sin pronunciar palabra me subí al Duna rojo y condujimos hasta el clásico punto de encuentro que tenían mi primo y Arcángel. Una vez en el lugar, noté que el paisaje era el mismo que había visto la vez pasada: los mismos tres ancianos, otro viejo partido en el televisor, Arcángel esperando en la misma mesa, todo igual salvo por una par de tipos que bebían un café en una mesa cercana a la puerta del bar. Nos sentamos en la mesa con Arcángel, quien ni siquiera nos vio llegar. Se lo notaba preocupado, inquieto y disperso, Nicolás siempre dijo que es un sujeto que vive preocupándose por demás y que exagera bastante, eso lo llevó a ser un espectador imparcial y a no mancharse las manos de sangre.

Nicolás chasqueó los dedos frente a su cara, tomó un escarbadientes y se sentó. Mi primo me hizo un gesto con su mano izquierda para que me sentara en la silla que quedaba libre, y así lo hice.

- Amigo mío, creo que tenemos compañía que no esperábamos, ¿verdad? – Dijo Nicolás mientras dibujaba una sonrisa mostrándose ansioso y divertido, un gesto que no cambio en todo el trayecto que va desde el cementerio al bar.

- Me parece que no estás entendiendo nada, Nico. Hiciste cosas que no debías, involucraste a personas que nada tienen que ver y ahora saqueaste la tumba que no te convenía saquear.-

- Jajajaja… Calma, amigo, no es nada de lo que no me pueda encargar. Te pido que confíes en mí.- Una vez más, Nicolás regaló una de esas sonrisas que genera confianza incluso en los más desconfiados.

- ¡NO ENTENDISTE NADA! ¡NI SIQUIERA SOS CONSCIENTE DE LO QUE HICISTE! – Dijo Arcángel claramente exasperado y gritándole a Nicolás. Se puso de pie, golpeó la mesa y agregó: - No debiste perturbar a los muertos, Nico, pero claro, siempre te costó dejar al pasado en paz. Bien, ahora lo hecho, hecho está, pero de ahora en más estás solo. Yo me abro, Nic, tengo familia y es por ellos también que elegí no involucrarme y no preguntar, por favor, respeta eso. Buena suerte.- Nos dio la espalda y dejó el lugar.

Nicolás lo vio salir del bar. Noté cómo su rostro se puso un poco rojo y dejó escapar un gesto como de dolor, culpa o arrepentimiento, creo.

- Tiene razón, Agus, nunca debí involucrarlo. Debí respetar su imparcialidad.-

- No entiendo, Nic, ¿en qué lo involucraste?

- En lo que comienza ahora. Justo ahora.- Mientras decía esto, levantó su brazo y palmeó la pared tres veces. Los ancianos tomaron su abrigo y se retiraron, el cantinero se encerró en la cocina, y mi primo partió el escarbadientes a la mitad, se puso de pie y, casi sin mover su cabeza, me hizo un gesto para que lo siguiera.

Entramos al baño. Me percaté de que los dos sujetos sentados cerca de la puerta se pusieron también se pararon y comenzaron a seguirnos. Una vez en el baño, mi primo me empujó detrás de la puerta y me palmeó la mejilla. Entendí el gesto. La puerta del baño volvió a abrirse.

- Buenos días, señores.- Dijo Nicolás.

Ambos desenfundaron sus armas. Esa era mi señal para desenfundar las mías. Dos disparos se escucharon. Mi primo fue más rápido y logró destrozarles las manos antes de que pudieran apuntar. Me puse frente a ellos, a la izquierda de mi primo.

- Son lentos, chicos. Les falta aprender.- Concluyó mi primo.

1 comentario:

  1. Noooooo!!!

    Este capítulo dice un montón de cosas, pero no aclaró nada!!! Me dejó con más intrigas que antes!

    Neeeext!!!

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