Contra-tiempo pte.28 / Detonación

En este juego la muerte lo es todo. Para quienes somos simples personajes que se mueven al ritmo de la música que otros tocan, este estilo de vida es un juego en el que la única regla, el único objetivo, la única victoria y la única derrota, es la muerte. Un disparo y cumpliste tu encargo; otro disparo y un testigo menos; uno más y sigues en juego; una última detonación y estás muerto. Pero la muerte no es tan mala, para nosotros es una salida, sucede que hay una sola persona a la que nos es casi imposible “limpiar”, una vida con la que todo asesino odiaría terminar: la propia. Uno no puede terminar con su propia vida, no en este juego. Somos seres egoístas que aprendimos que, en este juego, perder no es opción. Este juego, esta pantomima de vida, empieza, continúa y termina con una detonación. Un poco de plomo se lleva una vida y a nosotros nos parece de lo más normal, mientras entendemos que igual de frágil es nuestro cuerpo. Pero también tomamos conciencia de que, como dice mi primo, “estamos condenados”; ergo, para nosotros, la única salida está en morir… y quizás esa sea la razón por la que jamás utilizamos chaleco antibalas, todos añoramos la muerte y, a la vez, ninguno tiene en su dedo el gatillo que acciona el percutor que golpea el yunque que detona la pólvora dentro de la cápsula que impulsa el proyectil que finalmente nos quita la vida. O al menos así lo veo yo.

Nicolás estaba parado frente a estos dos sujetos, jóvenes e inexpertos, con un arma en cada mano apuntando al pecho de ambos. A mi primo se lo notaba entretenido, casi divertido, y a los dos muchachos se los veía un poco sorprendidos, incluso parecían estar un poco frustrados, pero definitivamente no tenían miedo. Se tomaban sus ensangrentadas manos, pero miraban a mi primo como si de un momento a otro fueran a mostrarle una sonrisa burlona.

- Un consejo, muchachos, si pretenden dispararle a alguien apenas abren una puerta, alguien que está encerrado y sin salida, desenfunden sus armas antes de abrir dicha puerta para ya estar preparados, es más, disparen a la puerta unas cuantas veces por si está detrás de la misma. No me malinterpreten, su entrada fue muy dramática, pero poco eficaz – Nicolás estaba jugando con estos muchachos y parecía divertirse mucho. - Dicho esto, es mejor ir a lo nuestro: ¿quién de ustedes va a pronunciar el nombre que quiero escuchar?

Los muchachos se miraron mutuamente. Uno de ellos era un poco más bajo que el otro, debía medir 1,70 metros, aproximadamente; era de pelo enrulado, despeinado; muy delgado y de rasgos faciales bien marcados, de entre los cuales se destacaba una prominente nariz. El otro debía medir 1,80 metros; delgado, pero no tanto como el otro, una complexión física promedio, de unos 70 o 75 kilos; también llevaba el pelo enrulado, pero un poco más largo.

El más bajo parecía ser quien tenía la voz cantante en la dupla. Fue él quien le contestó finalmente a Nicolás.

- No sé de ningún nombre y no tengo idea acerca de qué estás hablando.-

- Perfecto - Dijo Nicolás. Acto seguido se oyeron dos detonaciones. El muchacho cayó al suelo gritando de dolor. Mi primo le había destrozado las rodillas. El rostro de ambos sujetos cambió. Quien se revolcaba en el suelo mostraba un gesto de dolor y se manifestaba con llantos y gritos; mientras que su compañero, el que seguía en pie, claramente lo miraba con pánico. Nicolás con una calma envidiable, se dirigió a él: - ¿Y tú, tienes algún nombre que quiera oír? -

- Nnnn… no…no, señor.-

Mi primo volvió a dispararle otras dos veces al doliente y escandaloso joven. Esta vez le destrozó los hombros.

- ¿Y ahora? - Preguntó Nicolás en un tono meloso y cálido, casi paterno.

- Es que nunca vimos ni hablamos con nadie. Nos llegó un sobre con sus fotos y el monto por sus cabezas.- Dijo el muchacho más alto casi temblando. Juraría que estuvo a punto de romper a llorar o de orinarse en sus pantalones.

- Entiendo – Dijo mi primo. - Lamento todo esto, en serio, no me gusta que las cosas terminen así con quien, en el futuro, podría ser un colega digno admiración; pero muchas veces las circunstancias nos obligan a hacer cosas que no queremos. Espero que lo entiendas.- Dicho esto, hubo dos nuevas detonaciones. Nicolás le disparó en la frente al muchacho alto, y segundos después le puso una bala en la cabeza a quién aún se retorcía en el suelo.

Arriba del espejo del baño había una botella plástica que Nicolás tomó sin decir nada, ni siquiera me miró. Colocó la botella en el borde de la bacha, quitó el cargador de ambas pistolas y los vació, también vació las recámaras, guardó todas las balas en sus bolsillos, limpió las armas con el líquido de la botella plástica, y las arrojó por una ventana amplia que había en el baño. Abrió un cubículo que decía “no abrir” y del dispenser de papel tomó dos bolsas grandes.

- Agus, ¿serías tan amable de ayudarme con esto? Vos enfundas al más bajo y yo me encargo del otro.-

No pude responderle nada, simplemente hice lo que me pidió. Luego fue el mismo Nicolás quien se encargó de arrojarlos de a uno por vez por la misma ventana que vio caer ambas armas.

El grillete en mi muñeca izquierda me anunciaba que eran las 8:26 horas de ese frío día.

- Algunas cosas no entiendo, Nic. ¿Cómo es que todos abandonaron el bar? ¿Por qué te manejás con tanta tranquilidad en este lugar? ¿Quiénes eran estos tipos?

- Colegas, Agus, principiantes, pero colegas al fin. Y respecto a este lugar, bueno... Junto con Arcángel solíamos frecuentar mucho este bar, le tomamos cariño y ayudamos a salvarlo de la quiebra en tres ocasiones. La tercera vez decidimos que nosotros nos aseguraríamos de hacer que los números cerraran a cambio de un lugar privado para nuestras reuniones. A la vez propusimos algunas modificaciones... la primera fue hacer el baño a prueba de ruidos, lo más aislado en lo que a acústica se refiere; y, claro, la ventana. Dicha ventana está justo a la altura de un contenedor amplio que se vacía y se limpia meticulosamente. De todas formas, ya sabés que mi costumbre es deshacerme del arma homicida dejándola junto con el cuerpo, por precaución.-

- Entiendo, pero entonces es oficial: nuestras cabezas tienen precio.-

- Qué ingrata que es esta profesión a veces, ¿no? – Dijo Nicolás bromeando. Sonrió. - No hubo ni una detonación y ya envían a todos tus colegas sobre ti.-

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