Contra-tiempo pte.26 / Sentidos

Los sentidos son el mecanismo fisiológico o, para mejor decir, la capacidad o facultad de percepción. A través de ellos percibimos las impresiones del mundo exterior, todo lo que está a nuestro alrededor. Tradicionalmente se enumeran cinco, pero no falta quien agregue algunos más. Entre la vista, el gusto, el olfato, el oído y el tacto, Aristóteles decía que el último sentido que quisiera perder sería el de la vista, a pesar de  ser el sentido más fácil de engañar. Por los sentidos aprendemos, nos defendemos, nos relacionamos, nos comunicamos, nos agredimos y nos amamos.

En nuestro trabajo los sentidos son fundamentales. El sonido de unos pasos, el viento, los animales, el crujido de la madera; el olor a pólvora, a tierra húmeda, a azufre, a la carne mientras se descompone; el sabor de las drogas, de los venenos, del alcohol, de la tibia sangre que hacemos correr; el tacto del acero, el hierro y el plomo, la suavidad del suelo, el frío y el calor, la detallada forma de un arma apoyada en tu nuca; la imagen de una sombra, de una silueta, de una forma, la clara visión de una pista, de algo fuera de lo común, o de alguien que nos resulta familiar en una situación inusual. Esa imagen estaba ante mí, mi primo, la única familia que me quedaba, mi mentor, la persona en la que confío y que conozco… o, al menos, solía conocer.

El silencio en el auto comenzaba a tener sabor a culpa, pero olía a vergüenza y a duda. No había sentido alguno que me devolviera una impresión agradable. En el interior de ese vehículo faltaban tantos sonidos, tantas palabras, que incluso pude sentir a la agujas de mi reloj moverse para marcar las 16:49 horas. Sin saber cómo romper la afonía del denso ambiente a nuestro alrededor, encendí el estéreo. La música sonaba pero la sensación de ser dos completos extraños no se había disuelto.

La tarde en la casa transcurrió sin pena ni gloria. Nicolás se movía de un lado a otro y no dejaba de mirar libros, de apagar y encender su laptop, ni de realizar breves llamados cada 20 minutos. Por mi parte, unas cervezas al principio y luego un vaso de whisky me hicieron compañía mientras escribía y contemplaba el incesante vaivén de mi primo. Él sólo se detuvo para cenar y luego del postre volvió a la biblioteca. Al otro lado de la puerta, en la sala, se podían escuchar con claridad sus incansables pasos dentro del bellísimo recinto, mientras bebía mi último trago antes de entregarme a Morfeo.

- ¡Arriba, Agustín, nos vamos! – En el preciso instante en que intentaba asimilar estas palabras, Nicolás me sostenía firmemente de los hombros y me sacudía con violencia.

Sobresaltado aparté sus brazos y mis pies sintieron el peso de mi cuerpo caer al piso. Parado frente a mi primo, mirándolo con desconcierto y furia mezclados, no supe si golpearlo, insultarlo u obedecerle. Opté por esto último. Me vestí en tiempo record, me aseé en pocos segundos, le dirigí otra mirada asesina a Nicolás y me subí al Torino. Una vez en el auto, miré mi reloj, las 3:07 horas.

39 minutos más tarde estábamos frente a las puertas de un cementerio-parque. Una vez dentro, Nicolás comenzó a caminar por entre las tumbas con dos palas sobre su hombro derecho y una linterna en su mano izquierda. Alumbraba cada lápida como buscando una en particular.

- ¿Qué hacemos en este lugar, Nic? ¿Qué estás buscando?

Nicolás ni siquiera se giró para mirarme, simplemente siguió en lo suyo mientras dijo:

- Es una duda que me surgió en la plaza y que creo que tengo que resolver. Hay montón de huesos que necesito ver con mis propios ojos.-

- Supongo que con una respuesta tan escueta como esa me estás dando a entender que no me vas a dar ningún otro dato, ¿cierto?

- No creo que sea necesario decirte mucho más en estos momentos. Hay cosas que ni siquiera yo tengo claras y es por eso que tampoco sabría cómo explicártelas, entonces, antes de contribuir a generar más confusión, prefiero callar.-

- Y yo prefiero saber poco a no saber absolutamente nada….- Cesé en mi discurso y guardé silencio al ver que Nicolás se detuvo. Él clavó una pala en la tierra y me ofreció la otra.

- Es hora de cavar, primo, hablaremos de lo otro en el desayuno.-

Él apoyó su linterna en el suelo alumbrando la tétrica lápida y yo hice lo propio con mi linterna estilo farol. No pude evitar posar mis ojos en el nombre gravado en piedra, “Domingo Rosso”, debajo del nombre sólo estaba su fecha de nacimiento y de deceso, sin frases, sin dedicatorias, sin fotos, sin flores. Volví a dirigir la vista al hoyo que cavaba Nicolás y comencé a cavar. Repasaba mentalmente cada imagen, cada sonido, cada aroma, el amargo sabor de mi propia saliva e incluso el frío que calaba mis huesos en ese tétrico lugar. De todo lo sucedido durante esas primeras horas día la imagen de esa lápida volvía a mí con insistencia. Dejé de cavar por un instante y volví a leerla, repasé el nombre y, esta vez, me detuve a leer las fechas. Mi boca se abrió, mi garganta se secó, mi sangre se congeló… Sea quién fuere, murió hace 7 años atrás, un mes antes de que cuatro idiotas nos cambiaran la vida a mi primo y a mí.

Sacudí mi cabeza, busqué los ojos de mi primo para saber si él había notado mi perplejidad. Supongo que no. De todas formas, tampoco podría decirle nada, conociendo sus últimas respuestas seguro diría que es una coincidencia. Decidí que lo mejor era continuar lo que estaba haciendo.

Cavamos hasta encontrar un ataúd deteriorado. Se veía caro, pero el tiempo no conoce de precios ni de estatus social. Mi primo rompió la tapa con la pala y quitó los restos con las manos hasta abrir un orificio del tamaño de un maletín, aproximadamente.

- Agus, mi linterna, por favor.-

Le acerco el aparato, desenfundó de su tobillo un cortaplumas que le había regalado mi padre cuando era adolescente e inspeccionó el rostro del cadáver. Con el cortaplumas fue raspando los pómulos hasta dejar el hueso limpio. No parecía estar contento con lo que vio.

- Nico, creo que deberías ver eso.- Dije señalando uno de los restos más grandes de madera que estaba detrás de él. Tenía algo gravado a fuego y me resultaba familiar.

Nicolás tomó el trozo de madera en sus manos, lo miró con detenimiento y dijo:

- ¡Ja! ¡Ese infeliz! – Parecía que haber descubierto algo y su humor definitivamente cambió. Casi diría que se lo notaba triunfante. Se volvió hacia mí, me alumbró con la linterna y dijo:- Nos vamos, primo, tengo ganas de tomar un buen café bien caliente.-

Mis ojos estaban encandilados por la linterna, los tétricos sonidos del cementerio me erizaban la piel, el frío ya no me dejaba sentir mi nariz, continuaba ese amargo sabor en mi boca y la fetidez que salía de ese pozo comenzaba a marearme. Mis sentidos me devolvían sensaciones desagradables indicándome que no debía estar ahí, sin embargo aún no terminaba de comprender dónde estaba parado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario