Contra-tiempo pte.34 / Fuego

El fuego puede implicar muchas veces purificación, renovación, cambio, luz, calor; pero también significa caos, violencia, humo, fuerza, destrucción. Para quienes tenemos a la muerte como oficio, el fuego es un poema. Limpiar a alguien usando el fuego es una forma de dejar un mensaje y de borrar casi cualquier pista; de hecho, se requiere de una policía científica muy entrenada para poder encontrar a un culpable, y la mayoría de las pruebas surgen por medio del móvil, dado a que normalmente se utiliza éste como punto de partida para el resto de la investigación. Pero nosotros no tenemos relación con la víctima, más aún, rara vez la conocemos y aún es más raro que la tratemos personalmente. Así que sin un móvil que sirva de nexo suficiente con la víctima, y casi sin pruebas que queden en pie tras la destrucción que provoca el fuego, basta con ser prolijos para hacer un trabajo limpio. Sin embargo, lo poético del fuego no está en sus cenizas, sino que surge mientras arde. Entre las llamas, la doliente víctima siente cómo su vida se apaga tras la brillante luz del fuego, y junto a ese agudo dolor los músculos y la piel se contraen dibujando una mueca muy parecida a una sonrisa en su rostro. Muere muy dolorosa y lentamente, mientras sonríe. Detrás de todo eso, una borrosa imagen del aire caliente que asciende, de las nubes negras que delatan las llamas, de ese olor que se impregna en la ropa y la piel, de ese calor que enardece los ojos y esa luz que remarca las sombras haciéndolas casi palpables. Lo bello, lo peligroso, lo atractivo y lo repulsivo a la vez, y todo en un solo elemento, el fuego.

Mi insomnio y los ruidos a los que mi mente les asignaba más entidad de que en realidad tienen, me anunciaban que no podría dormir en toda la noche. En esta casa había habitaciones que, como la mía, no poseen ventanas ni entrada o salida alguna sino por la única puerta colocada en el lado oeste de este raro cubo. Según Nicolás, “la idea es que nadie vea o escuche lo que sucede dentro de la casa o de las habitaciones, los vecinos pueden ser muy curiosos y con sólo ver una luz en una ventana, son capaces de armar unas 10 o 20 teorías sobre lo que sucede dentro de la casa”. Nunca supe cómo es que mi primo siempre le tuvo apego a este lugar casi sin ventilación donde, con abrir la puerta principal, vibran todas las demás.

O crujen…

Busqué de inmediato mis armas y corrí hacia la puerta de mi cuarto. Al abrirla no daba crédito a mis ojos: ante mí estaba el infierno. 2 sujetos estaban arrojando combustible sobre la puerta de la habitación de Nicolás, mientras otros 2 movían un pesado mueble para bloquear la puerta. En el centro de la habitación había una pila de libros, sillas y botellas que estaba siendo incinerado por un sujeto con un lanzallamas. Abrí fuego a dos manos sobre quien tenía el lanzallamas y un sexto sujeto, que no había notado, golpeó mis antebrazos con un arma conocida como tonfa, desarmándome. Mientras forcejeaba con él, los que arrojaban combustible se sumaron a la pelea y me sujetaron las manos. Lograron reducirme y me sacaron de la casa.

Golpes, gritos, fuego, humo. Mi cabeza giraba y a duras penas lograba entender dónde estaba parado. Los 5 extraños me llevaron frente a un sujeto de unos 50 años, alto, atlético, de pelo entrecano y ojos de un extraño color gris. Me miró con una sonrisa burlona, me golpeó en el estómago y me giró para que viera la casa.

- ¡HIJO DE PUTA! ¿QUIÉN SOS? – Intenté gritar mientras escupía sangre y hacía un esfuerzo por encontrar aire.

- Jajaja… ¿Querés un nombre? No tengo, nombre. ¿Querés saber quién soy? Soy el que finalmente derrotó al famoso Nicolás Oberti.-

Yo seguía forcejeando inútilmente, luchando por zafarme, para poder entrar en esa casa, lidiar con las llamas e intentar ayudar a mi primo. Pero todo era aún más difícil de lo que sonaba.

- ¡IDIOTA! ¡NO VAS A PODER CON NOSOTROS!

- Me parece que ya lo logré, Agustín. ¿No te das cuenta? Voy a reducir esa casa a escombros, y tu primo está en ella, junto con 2 camionetas repletas de armas entre las que se encuentra el rifle que asesinó a ese médico. Todo apuntará a ustedes. Y te necesito como chivo expiatorio, para culparte por la muerte de tu primo.-

- ¿Cómo? ¿Cómo pudiste entrar y hacer todo esto sin que nosotros nos diéramos cuenta? – Mi impotencia ya casi se derramaba por mis ojos.

- La mayor debilidad de tu primo son las mujeres, siempre lo fueron, incluso le confió su casa a una: Runa. Sólo tuve que arreglármelas con ella y listo.-

¿Runa nos había traicionado? Imposible, Nicolás siempre me dijo que Runa estaba perdidamente enamorada de él. ELLA LO AMABA. Y este total desconocido me decía que ella nos había traicionado. LO había traicionado.

- Tu nombre – Dije con la cabeza baja y la mirada en el asfalto. Mis captores aún no me soltaban y me sujetaban con la misma fuerza que al principio, no habían cedido ni un ápice. – ¡Quiero saber tu nombre, basura!

- Jajajaj…. Ya te lo dije, no tengo nombre; pero si te sirve de algo, últimamente me hice llamar Gino Somoso – Hizo una pausa, sonrió un poco más y cambio su gesto de orgullo por un gesto más socarrón, me miró y dijo: - Dr. Somoso, para vos.-

Nada tenía sentido. Él había ejecutado a Franco, él había estado atrás de los homicidios, él había preparado esa bendita casa con una bomba para liquidar a los curiosos. Y ahora estaba aquí, obligándome a ver cómo moría mi primo. Mi única familia.

Las llamas habían consumido la casa casi en su totalidad. La estructura comenzó a ceder e hizo implosión, cayó pesadamente y siguió ardiendo duran unos minutos más.

Aproximadamente unas 4 horas de ese día habían corrido y yo aún no reaccionaba. Ante mis ojos, Nicolás murió.

Poco antes de que llegaran los bomberos me obligaron a subir a una camioneta y me llevaron al puerto. A los empujones me hicieron caminar por entre las destruidas paredes de un viejo y abandonado molino. Entre las sombras y escombros de ese gigantesco edificio me esperaba la muerte.

Del amanecer no había ni noticia y la ciudad se sentía tan lejana. Mi primo llevaba muerto unas 2 o 3 horas, quizás y jamás sentí tanto dolor. Estaba desarmado, con la mente en blanco, desorientado, solo, rodeado y sin tiempo.

Mis ojos no se despegaban de suelo, donde estaba todo mi ser, donde pude ver ese escarbadientes partido entre los escombros y no dejaba de pensar en el fuego.

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