El fuego puede implicar muchas veces purificación,
renovación, cambio, luz, calor; pero también significa caos, violencia, humo, fuerza,
destrucción. Para quienes tenemos a la muerte como oficio, el fuego es un
poema. Limpiar a alguien usando el fuego es una forma de dejar un mensaje y de
borrar casi cualquier pista; de hecho, se requiere de una policía científica
muy entrenada para poder encontrar a un culpable, y la mayoría de las pruebas
surgen por medio del móvil, dado a que normalmente se utiliza éste como punto
de partida para el resto de la investigación. Pero nosotros no tenemos relación
con la víctima, más aún, rara vez la conocemos y aún es más raro que la
tratemos personalmente. Así que sin un móvil que sirva de nexo suficiente con
la víctima, y casi sin pruebas que queden en pie tras la destrucción que
provoca el fuego, basta con ser prolijos para hacer un trabajo limpio. Sin
embargo, lo poético del fuego no está en sus cenizas, sino que surge mientras
arde. Entre las llamas, la doliente víctima siente cómo su vida se apaga tras la brillante luz del fuego, y junto a ese agudo dolor los músculos y la piel se
contraen dibujando una mueca muy parecida a una sonrisa en su rostro. Muere muy
dolorosa y lentamente, mientras sonríe. Detrás de todo eso, una borrosa imagen
del aire caliente que asciende, de las nubes negras que delatan las llamas, de
ese olor que se impregna en la ropa y la piel, de ese calor que enardece los
ojos y esa luz que remarca las sombras haciéndolas casi palpables. Lo bello, lo
peligroso, lo atractivo y lo repulsivo a la vez, y todo en un solo elemento, el fuego.
Mi insomnio y los ruidos a los que mi mente les asignaba más
entidad de que en realidad tienen, me anunciaban que no podría dormir en toda
la noche. En esta casa había habitaciones que, como la mía, no poseen ventanas
ni entrada o salida alguna sino por la única puerta colocada en el lado oeste
de este raro cubo. Según Nicolás, “la
idea es que nadie vea o escuche lo que sucede dentro de la casa o de las
habitaciones, los vecinos pueden ser muy curiosos y con sólo ver una luz en una
ventana, son capaces de armar unas 10 o 20 teorías sobre lo que sucede dentro
de la casa”. Nunca supe cómo es que mi primo siempre le tuvo apego a este
lugar casi sin ventilación donde, con abrir la puerta principal, vibran todas
las demás.
O crujen…
Busqué de inmediato mis armas y corrí hacia la puerta de mi
cuarto. Al abrirla no daba crédito a mis ojos: ante mí estaba el infierno. 2
sujetos estaban arrojando combustible sobre la puerta de la habitación de
Nicolás, mientras otros 2 movían un pesado mueble para bloquear la puerta. En
el centro de la habitación había una pila de libros, sillas y botellas que
estaba siendo incinerado por un sujeto con un lanzallamas. Abrí fuego a dos
manos sobre quien tenía el lanzallamas y un sexto sujeto, que no había notado,
golpeó mis antebrazos con un arma conocida como tonfa, desarmándome. Mientras forcejeaba con él, los que arrojaban
combustible se sumaron a la pelea y me sujetaron las manos. Lograron reducirme
y me sacaron de la casa.
Golpes, gritos, fuego, humo. Mi cabeza giraba y a duras
penas lograba entender dónde estaba parado. Los 5 extraños me llevaron frente a
un sujeto de unos 50 años, alto, atlético, de pelo entrecano y ojos de un
extraño color gris. Me miró con una sonrisa burlona, me golpeó en el estómago y
me giró para que viera la casa.
- ¡HIJO DE PUTA! ¿QUIÉN SOS? – Intenté gritar mientras
escupía sangre y hacía un esfuerzo por encontrar aire.
- Jajaja… ¿Querés un nombre? No tengo, nombre. ¿Querés saber
quién soy? Soy el que finalmente derrotó al famoso Nicolás Oberti.-
Yo seguía forcejeando inútilmente, luchando por zafarme,
para poder entrar en esa casa, lidiar con las llamas e intentar ayudar a mi
primo. Pero todo era aún más difícil de lo que sonaba.
- ¡IDIOTA! ¡NO VAS A PODER CON NOSOTROS! –
- Me parece que ya lo logré, Agustín. ¿No te das cuenta? Voy
a reducir esa casa a escombros, y tu primo está en ella, junto con 2 camionetas
repletas de armas entre las que se encuentra el rifle que asesinó a ese médico.
Todo apuntará a ustedes. Y te necesito como chivo expiatorio, para culparte por
la muerte de tu primo.-
- ¿Cómo? ¿Cómo pudiste entrar y hacer todo esto sin que
nosotros nos diéramos cuenta? – Mi impotencia ya casi se derramaba por mis
ojos.
- La mayor debilidad de tu primo son las mujeres, siempre lo
fueron, incluso le confió su casa a una: Runa. Sólo tuve que arreglármelas con
ella y listo.-
¿Runa nos había traicionado? Imposible, Nicolás siempre me
dijo que Runa estaba perdidamente enamorada de él. ELLA LO AMABA. Y este total
desconocido me decía que ella nos había traicionado. LO había traicionado.
- Tu nombre – Dije con la cabeza baja y la mirada en el
asfalto. Mis captores aún no me soltaban y me sujetaban con la misma fuerza que
al principio, no habían cedido ni un ápice. – ¡Quiero saber tu nombre, basura!
–
- Jajajaj…. Ya te lo dije, no tengo nombre; pero si te sirve
de algo, últimamente me hice llamar Gino Somoso – Hizo una pausa, sonrió un
poco más y cambio su gesto de orgullo por un gesto más socarrón, me miró y
dijo: - Dr. Somoso, para vos.-
Nada tenía sentido. Él había ejecutado a Franco, él había
estado atrás de los homicidios, él había preparado esa bendita casa con una
bomba para liquidar a los curiosos. Y ahora estaba aquí, obligándome a ver cómo
moría mi primo. Mi única familia.
Las llamas habían consumido la casa casi en su totalidad. La
estructura comenzó a ceder e hizo implosión, cayó pesadamente y siguió ardiendo
duran unos minutos más.
Aproximadamente unas 4 horas de ese día habían corrido y yo
aún no reaccionaba. Ante mis ojos, Nicolás murió.
Poco antes de que llegaran los bomberos me obligaron a subir
a una camioneta y me llevaron al puerto. A los empujones me hicieron caminar
por entre las destruidas paredes de un viejo y abandonado molino. Entre las
sombras y escombros de ese gigantesco edificio me esperaba la muerte.
Del amanecer no había ni noticia y la ciudad se sentía tan
lejana. Mi primo llevaba muerto unas 2 o 3 horas, quizás y jamás sentí tanto
dolor. Estaba desarmado, con la mente en blanco, desorientado, solo, rodeado y
sin tiempo.
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