Finalmente comprendí que el tiempo es relativo cuando toda
una noche dura un segundo y cuando el amanecer parece no llegar jamás. Pasado,
presente, futuro, todas son cuestiones de vida o muerte. Los opuestos están
relacionados, unidos, vitalmente conectados entre sí. El presente no existe sin
el pasado y el futuro no sería tal sin los 2 primeros; el placer no existe si
no conocemos el sufrimiento, ni la salud significaría nada sin la enfermedad.
Así, la vida no tiene ningún sentido sin la muerte. La muerte es necesaria para
que comprendamos que existe la vida, que estamos vivos. Y así como hay quienes
nos ayudan a entrar a la vida o a mantenernos en ella, también están quienes
nos echan, nos expulsan de ella. Todo es una cuestión de equilibrio natural, y
yo juego mi rol. Hace mucho tiempo que elegí, siguiendo a mi primo, hacerme
cargo de este papel: el de llevar la muerte.
Ahora mi primo está muerto, finalmente llegó el día que tanto temía, el día
en el que me quedé solo, pero siento en mí que todo está por terminar, que
esto no va a durar.
Dos sujetos me escoltaban a cada lado, empujando y forzando
cada paso que daba sobre los escombros del oscuro edificio convertido en
ruinas, al que el tiempo deshizo robándole hasta la sombra del majestuoso
molino que solía ser. Gino Somoso caminaba al frente seguido por dos de sus
matones que avanzaban justo un paso detrás de él, mis dos escoltas y yo
estábamos a unos cuatro pasos de distancia, y custodiando nuestras espaldas
venía un último sujeto. Todos estaban en silencio, portando sus armas como
esperando que algo sucediera, atentos a todo, concentrados, preparados.
Profesionales, definitivamente.
- ¿Por qué? Quiero
decir, en todo este tiempo nunca descubrí el móvil, y la única pregunta que se
repite en mi cabeza es “¿por qué?”. ¿Por qué limpiaste a esos sujetos? ¿Y por
qué tuvo que morir mi primo? – Lo pregunté muy pausadamente, casi
resignado. Cada palabra derramada de mi boca me sorprendió, ni yo mismo creía
lo rendido que estaba al desenlace de esta historia.
Somoso ni siquiera se giró a mirarme, contestó sin detenerse
y restándole importancia a su respuesta, como si esperara mis preguntas. Me
recordó en cierta forma a Nicolás.
- Venganza. Yo
pertenecía a esa sociedad secreta y ellos me quisieron sacar, así que planeé
hacerlo de la misma forma que las reglas de la sociedad exigían, con eso de los
relojes y todo. Entrené a alguien para que hiciera el trabajo, porque
obviamente yo no podía mostrarme, ellos creían que yo estaba muerto, pero mi
“discípulo” (por así decirlo) resultó ser débil, descubrió todo y se abrió.
Justo cuando había tomado el trabajo por mi propia cuenta, aparecieron ustedes.
Había oído mucho de ustedes y me alegró ver que Nicolás volviera, pero eso
complicó las cosas: Nicolás tampoco podía verme con vida, es por eso que me
tuve que encargar de que salieran del medio. Aún no sé por qué se metieron en
esto, ni cómo, pero tampoco me importa; me van a servir como chivo expiatorio,
los culparé de todos los homicidios y podré terminar mi venganza en paz
asesinando al gobernador.- No pude ocultar mi sorpresa. Las certezas y las
dudas surgidas de su respuesta comenzaban a confundirse y estaba seguro de que
no lograría que me aclare mucho más.
Los seis aún caminábamos lentamente. Los escombros crujían a
nuestros pies.
Seis. Tardé unos segundos en darme cuenta de que alguien
faltaba y no fui el único. Pronto mis captores giraban sobre sus ejes buscando a
quien debía cuidar nuestras espaldas. Nada. No había rastro alguno del
caminante más rezagado. Somoso se mostraba irritado, a punto de arder en
cólera.
- Ustedes dos,
búsquenlo, encárguense de él y vuelvan. Si no cumple una orden tan simple, no
me sirve.- Los dos sujetos que escoltaban a Gino se apresuraron a
desaparecer en las penumbras, por caminos opuestos, a la caza del asesino
ausente.
Comencé a pensar que quizás tenga un aliado, alguien que
mejore mi noche. Ahora me atormentaba la duda de saber si tenía a alguien de mi
lado o si mi final ya era irreversible, y es que deseaba tener un salvador,
alguien que hiciera el papel que en otrora jugara mi primo en más de una
ocasión, aún si mi aliado era un traidor.
Me resultaba imposible calcular el tiempo con precisión,
pero sospecho que no habrán pasado más de 20 minutos para que Gino perdiera la
paciencia y retomara su camino.
- Quedarnos quietos no
es opción, no esperaré a nadie. Ya casi llegamos al claro.- Dijo el Dr.
Somoso mientras se atragantaba con su propia furia.
Unos 10
metros más adelante se podía ver un claro tenuemente
iluminado por las luces de la noche. No había techo en ese sector y las pocas
sombras proyectadas en el suelo correspondían a unos cuantos tirantes
suspendidos a gran altura. Los viejos tirantes de madera delataban lo que en su
momento habrían sido un primer, segundo y tercer piso. Los extremos de los
tirantes desaparecían en la penumbra y los hacía lucir como si flotaran.
El silencio reinaba y yo ya tenía mis rodillas sobre los
escombros. Recordé todo, repasé todo, y un detalle brillaba e iluminaba las
imágenes que tenía de lo acontecido durante la noche más larga de mi vida: el
escarbadientes partido.
Un soplido seco, el inconfundible sonido de un objeto
cortando el aire a gran velocidad, perturbó mis pensamientos. El sujeto que
tenía a mi derecha se desplomó en el suelo. Otro sonido idéntico se escuchó
unos 5 segundos después y el sujeto a mi izquierda también cayó.
El Dr. Gino Somoso lucía una repentina expresión que
fusionaba la ira con la sorpresa y el pánico. Giraba sobre sí mismo recorriendo
cada rincón visible de ese tétrico lugar, miraba arriba, abajo, entrecerraba
sus ojos como queriendo atravesar la oscuridad para poder ver hasta lo
invisible. Se veía como un animal acorralado.
- ¿Qué sucede, Sr.
Rosso? ¿A caso no me extrañó? – La inconfundible voz de Nicolás me había
desbordado de renovadas esperanzas. Mi primo aún vivía.
- ¡Vos! ¡Es imposible!
¡Se supone que estás muerto! – Dijo ¿Gino? Ya no sabía quién era ese sujeto
a quién mi primo había llamado “Sr. Rosso”.
- Podría decir lo
mismo de vos, querido Domingo. Es más, hace poco visité tu tumba, por lo que
podrías imaginar mi sorpresa al verte aquí, junto a mi primo. Al final de
cuentas creo que sólo somos 2 fantasmas caminando en estas ruinas - Mi
primo se movía amparado por la oscuridad, hablaba pausado y entre palabras se
podían oír sus lentos y pesados pasos sobre la madera. La acústica del lugar
hacía imposible determinar con claridad dónde se encontraba realmente. – Me ensañaste bien y conocés todas mis
fortalezas y debilidades. Debería temerte, supongo. No obstante, yo estoy acá,
lejos de tu vista, apuntando a tu cabeza. Los dos sabemos que no voy a fallar.
Por tu culpa murió mi familia, todos creyeron que yo te había limpiado y 4
idiotas intentaron vengar tu muerte. Está más que claro que debe terminar así.-
Rosso bajó la cabeza. Sonrió resignado.
- ¿Cómo explicarás
todo esto? ¿Qué ganás con todo esto? –
- Ante todo, venganza.
Luego, libertad. Me contrató tu próxima víctima para que te encuentre y te
liquide. Fuera de eso, no hay mucho para explicar: vos estás muerto y yo
también.-
Otro seco sonido se oyó. Una bala atravesó la cabeza de
Domingo Rosso y este cayó al suelo. Muerto.
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