Contra-tiempo pte.35 / Muerte

Finalmente comprendí que el tiempo es relativo cuando toda una noche dura un segundo y cuando el amanecer parece no llegar jamás. Pasado, presente, futuro, todas son cuestiones de vida o muerte. Los opuestos están relacionados, unidos, vitalmente conectados entre sí. El presente no existe sin el pasado y el futuro no sería tal sin los 2 primeros; el placer no existe si no conocemos el sufrimiento, ni la salud significaría nada sin la enfermedad. Así, la vida no tiene ningún sentido sin la muerte. La muerte es necesaria para que comprendamos que existe la vida, que estamos vivos. Y así como hay quienes nos ayudan a entrar a la vida o a mantenernos en ella, también están quienes nos echan, nos expulsan de ella. Todo es una cuestión de equilibrio natural, y yo juego mi rol. Hace mucho tiempo que elegí, siguiendo a mi primo, hacerme cargo de este papel: el de llevar la muerte. Ahora mi primo está muerto, finalmente llegó el día que tanto temía, el día en el que me quedé solo, pero siento en mí que todo está por terminar, que esto no va a durar.

Dos sujetos me escoltaban a cada lado, empujando y forzando cada paso que daba sobre los escombros del oscuro edificio convertido en ruinas, al que el tiempo deshizo robándole hasta la sombra del majestuoso molino que solía ser. Gino Somoso caminaba al frente seguido por dos de sus matones que avanzaban justo un paso detrás de él, mis dos escoltas y yo estábamos a unos cuatro pasos de distancia, y custodiando nuestras espaldas venía un último sujeto. Todos estaban en silencio, portando sus armas como esperando que algo sucediera, atentos a todo, concentrados, preparados. Profesionales, definitivamente.

- ¿Por qué? Quiero decir, en todo este tiempo nunca descubrí el móvil, y la única pregunta que se repite en mi cabeza es “¿por qué?”. ¿Por qué limpiaste a esos sujetos? ¿Y por qué tuvo que morir mi primo? – Lo pregunté muy pausadamente, casi resignado. Cada palabra derramada de mi boca me sorprendió, ni yo mismo creía lo rendido que estaba al desenlace de esta historia.

Somoso ni siquiera se giró a mirarme, contestó sin detenerse y restándole importancia a su respuesta, como si esperara mis preguntas. Me recordó en cierta forma a Nicolás.

- Venganza. Yo pertenecía a esa sociedad secreta y ellos me quisieron sacar, así que planeé hacerlo de la misma forma que las reglas de la sociedad exigían, con eso de los relojes y todo. Entrené a alguien para que hiciera el trabajo, porque obviamente yo no podía mostrarme, ellos creían que yo estaba muerto, pero mi “discípulo” (por así decirlo) resultó ser débil, descubrió todo y se abrió. Justo cuando había tomado el trabajo por mi propia cuenta, aparecieron ustedes. Había oído mucho de ustedes y me alegró ver que Nicolás volviera, pero eso complicó las cosas: Nicolás tampoco podía verme con vida, es por eso que me tuve que encargar de que salieran del medio. Aún no sé por qué se metieron en esto, ni cómo, pero tampoco me importa; me van a servir como chivo expiatorio, los culparé de todos los homicidios y podré terminar mi venganza en paz asesinando al gobernador.- No pude ocultar mi sorpresa. Las certezas y las dudas surgidas de su respuesta comenzaban a confundirse y estaba seguro de que no lograría que me aclare mucho más.

Los seis aún caminábamos lentamente. Los escombros crujían a nuestros pies.

Seis. Tardé unos segundos en darme cuenta de que alguien faltaba y no fui el único. Pronto mis captores giraban sobre sus ejes buscando a quien debía cuidar nuestras espaldas. Nada. No había rastro alguno del caminante más rezagado. Somoso se mostraba irritado, a punto de arder en cólera.

- Ustedes dos, búsquenlo, encárguense de él y vuelvan. Si no cumple una orden tan simple, no me sirve.- Los dos sujetos que escoltaban a Gino se apresuraron a desaparecer en las penumbras, por caminos opuestos, a la caza del asesino ausente.

Comencé a pensar que quizás tenga un aliado, alguien que mejore mi noche. Ahora me atormentaba la duda de saber si tenía a alguien de mi lado o si mi final ya era irreversible, y es que deseaba tener un salvador, alguien que hiciera el papel que en otrora jugara mi primo en más de una ocasión, aún si mi aliado era un traidor.

Me resultaba imposible calcular el tiempo con precisión, pero sospecho que no habrán pasado más de 20 minutos para que Gino perdiera la paciencia y retomara su camino.

- Quedarnos quietos no es opción, no esperaré a nadie. Ya casi llegamos al claro.- Dijo el Dr. Somoso mientras se atragantaba con su propia furia.

Unos 10 metros más adelante se podía ver un claro tenuemente iluminado por las luces de la noche. No había techo en ese sector y las pocas sombras proyectadas en el suelo correspondían a unos cuantos tirantes suspendidos a gran altura. Los viejos tirantes de madera delataban lo que en su momento habrían sido un primer, segundo y tercer piso. Los extremos de los tirantes desaparecían en la penumbra y los hacía lucir como si flotaran.

El silencio reinaba y yo ya tenía mis rodillas sobre los escombros. Recordé todo, repasé todo, y un detalle brillaba e iluminaba las imágenes que tenía de lo acontecido durante la noche más larga de mi vida: el escarbadientes partido.

Un soplido seco, el inconfundible sonido de un objeto cortando el aire a gran velocidad, perturbó mis pensamientos. El sujeto que tenía a mi derecha se desplomó en el suelo. Otro sonido idéntico se escuchó unos 5 segundos después y el sujeto a mi izquierda también cayó.

El Dr. Gino Somoso lucía una repentina expresión que fusionaba la ira con la sorpresa y el pánico. Giraba sobre sí mismo recorriendo cada rincón visible de ese tétrico lugar, miraba arriba, abajo, entrecerraba sus ojos como queriendo atravesar la oscuridad para poder ver hasta lo invisible. Se veía como un animal acorralado.

- ¿Qué sucede, Sr. Rosso? ¿A caso no me extrañó? – La inconfundible voz de Nicolás me había desbordado de renovadas esperanzas. Mi primo aún vivía.

- ¡Vos! ¡Es imposible! ¡Se supone que estás muerto! – Dijo ¿Gino? Ya no sabía quién era ese sujeto a quién mi primo había llamado “Sr. Rosso”.

- Podría decir lo mismo de vos, querido Domingo. Es más, hace poco visité tu tumba, por lo que podrías imaginar mi sorpresa al verte aquí, junto a mi primo. Al final de cuentas creo que sólo somos 2 fantasmas caminando en estas ruinas - Mi primo se movía amparado por la oscuridad, hablaba pausado y entre palabras se podían oír sus lentos y pesados pasos sobre la madera. La acústica del lugar hacía imposible determinar con claridad dónde se encontraba realmente. – Me ensañaste bien y conocés todas mis fortalezas y debilidades. Debería temerte, supongo. No obstante, yo estoy acá, lejos de tu vista, apuntando a tu cabeza. Los dos sabemos que no voy a fallar. Por tu culpa murió mi familia, todos creyeron que yo te había limpiado y 4 idiotas intentaron vengar tu muerte. Está más que claro que debe terminar así.-

Rosso bajó la cabeza. Sonrió resignado.

- ¿Cómo explicarás todo esto? ¿Qué ganás con todo esto?

- Ante todo, venganza. Luego, libertad. Me contrató tu próxima víctima para que te encuentre y te liquide. Fuera de eso, no hay mucho para explicar: vos estás muerto y yo también.-

Otro seco sonido se oyó. Una bala atravesó la cabeza de Domingo Rosso y este cayó al suelo. Muerto.

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