Benjamin Franklin dijo alguna vez: “Tres pueden guardar un
secreto, si dos de ellos están muertos” (“Three may keep a secret, if two of them are dead”). Todos tenemos
secretos, es sano, natural y lógico que así sea. Compartir secretos parece, a
veces, una necesidad, puesto a que algunos secretos se hacen más importantes,
más interesantes o más livianos, si nos hacemos de un cómplice. Hay secretos
merecen trascender más allá de nosotros, y los dejamos escritos en algún lugar (siempre
oculto, claro, pero con la intención de que sean encontrados) para que se
conozcan después de nuestro deceso, muchas veces dejamos a nuestro
cómplice/confidente encargado de esto, pero esto no es más que otra forma de
dejar una huella en nuestro paso por esta vida.
Todos tenemos secretos y generalmente dejamos constancia de
ello, una niña escribe un diario íntimo, dos hombres de negocios realizan un
contrato confidencial con disposiciones distintas a las del contrato que hacen
público, una anciana se confiesa en su testamento, un adolescente le muestra
sus ocultas revistas eróticas a sus amigos, un pirata dibuja un mapa para
encontrar su preciado tesoro, y los ejemplos podrían seguir, es como si
sintiéramos la necesidad de pasar por la adrenalina de saber que nuestro
secreto se puede saber, es como si el hecho de revelarlo total o parcialmente a
otra persona o a una blanca hoja de papel nos quitara parte del peso que
conlleva cargar con el mentado secreto. Hay secretos propios, individuales e
íntimos, y hay secretos compartidos; hay secretos confesables, susceptibles de
ser revelados y secretos que nos llevaremos a nuestra tumba; hay secretos
grandes y secretos pequeños; secretos importantes y secretos menores; hay
secretos a voces, conocidos y a la vez guardados por todos, y secretos que
permanecen enterrados; hay secretos que involucran a miles de personas y
secretos que sólo involucran a quien los tiene; hay secretos de familia,
secretos de pareja, secretos, secretos y más secretos. Secretos tenemos todos,
pero lo difícil es mantenerlos, guardarlos, conservarlos con nuestro silencio,
y es que siempre dejamos alguna pista, a veces consciente y a veces no, de ahí
que sostengo lo que dice Franklin, “tres
pueden guardar un secreto, si dos de ellos están muertos”.
Nicolás descubrió el secreto de la quinta víctima, o al
menos una pista que nos podría guiar hacia el mismo. Tras esa oculta puerta,
esa falsa pared, Nicolás buscó el interruptor de luz. Como si conociera el
cuarto secreto mejor que su mano, buscó el interruptor directamente arriba del
marco de la “puerta” y allí lo encontró. La habitación era una locura en sí
misma, sus dimensiones aproximadas serían de 5 metros por 3 y sus
paredes estaban cubiertas de dibujos del cuerpo humano, de disecciones, de
autopsias y de partes humanas seccionadas, era como estar dentro de un libro de
medicina. Nicolás daba vueltas sobre sí mismo viendo cada detalle de cada
pared. Del techo colgaba un triste foco sostenido sólo por los cables que le
dan energía y contra una de las paredes vi un escritorio simple, una silla
rústica y una lámpara sobre el escritorio que se veía antigua e inservible,
aparentemente a nuestra víctima no le gustaban los muebles barnizados ni los
lugares con luz natural y aire. Me aproximé al escritorio para buscar marcas o
indicios que me pudieran servir como pista antes de que Nicolás los viera
primero. El escritorio no tenía cajones, era una simple mesa de cuatro patas
con unos cuantos lápices arriba y algunas hojas. Nicolás se me acercó por la
espalda, estiró su brazo derecho por sobre mí y, levantando con sus dedo un
extraño dibujo de un antebrazo abierto desde la palma hasta el codo, deslizó su
mano debajo de esa hoja y extrajo una llave.
- ¿Cómo caraj…… es
decir, ya sab.. [suspiré buscando calma] … ¿ya sabías que eso estaba ahí? - En mi
tartamudeo me costaba decidir si era una afirmación o pregunta. Creo que sonó
un poco a ambas. Me confundía ver la naturalidad con la que mi primo se
manejaba en esa escalofriante habitación.
- No lo sé, primo,
supongo que simplemente noté una protuberancia debajo del dibujo.- Nicolás
se veía preocupado, shockeado, silencioso, o estoy seguro, yo lo notaba como
confundido, como si nada de esto fuera posible o como si no debiera estar ahí.
Nicolás salió de la habitación, supuse que simplemente
decidió continuar revisando el baño. Yo me quedé con ambas manos apoyadas en el
escritorio, con mi mirada fija en esas hojas un tanto amarillentas, pensando en
que quizás fuera la luz lo que les daba ese tétrico color y entonces lo vi, un
dibujo del mismo tenor que los que cubrían las paredes, ese dibujo estaba
debajo de las hojas que descansaban en el escritorio. El dibujo no tenía nada
de interesante, no era nada particularmente importante, simplemente se trataba
de un pié seccionado con algunas líneas que salían de sus partes y a las que
les faltaban colocar las referencias, pero no era eso lo que me llamó la
atención, sino los trazos. Esos trazos repetitivos, esa forma de dibujar, la
manía de mantener todo en grafito y de negarse a darle color, todo, TODO,
parecía indicar que esos dibujos fueron hechos por mi primo. Juraría que el
estilo era exactamente el mismo, pero todos estaban firmados por la víctima,
quién (casualmente) acostumbraba a rubricar justo arriba de alguna línea del
dibujo y no en la parte inferior derecha; en otras palabras, hasta firmaba
igual que mi primo.
Abandoné la habitación en silencio, aún sin entender lo que
había descubierto pero convencido de que Nicolás descubrió lo mismo que yo. ¿Debía
hablarlo con Nicolás? ¿Estos dibujos los habría hecho él? ¿Mi primo conocía a
la víctima? Si no los hizo él, ¿cómo es que dibujan igual? Nicolás siempre dice
que las casualidades no existen y que todo sucede por algo. Supongo que no fue
coincidencia terminar en ese lugar.
- Primo, te noté algo
perturbado ahí dentro, ¿pasa algo que deba saber? – Nicolás salía del baño
mirando intrigado la llave en su mano. - ¿Encontraste
la puerta que abre esa llave? –
- No, y eso es lo que
me preocupa, ya la probé en todas las puertas y aún no encuentro la puerta
correcta…. Sólo me resta probar con las puertas de uso común del edificio.
Sería mejor que te encargues de buscar alguna pista o el dichoso reloj, si es
que hay, mientras yo me ocupo de buscar la puerta – Mi primo pronunciaba
éstas palabras mientras se dirigía a la puerta. Justo antes de salir del
departamento, se detuvo, me miró y me dijo: - No tienes que preocuparte por nada, primo, hay cosas que es mejor no
saber. Recuerda lo que dijo Thomas Gray: “La ignorancia es una bendición”.-
La puerta se cerró y tras ella acaeció el silencio. Me quedé
solo en ese lúgubre lugar. Contemplando las grises paredes, los escasos
muebles, el amarillo resplandor de la habitación a mi espalda y el frío baño.
El mareo que sentía al intentar procesar todo lo que sucedió en las últimas
horas no me permitía pensar con claridad, tardé unos minutos en darme cuenta
que aún sostenía el dibujo del pié arrugado en mi puño. Lo solté como si se
tratara de algo venenoso, de algo prohibido, como con repulsión. Estúpida
reacción, pero ¿qué debía hacer con él? quizás fue el causante de que Nicolás
supiera hacia dónde apuntaba mi pregunta, quizás me delató, quizás mi primo
entendió que yo también me percaté de que esos dibujos parecen hechos por él.
Volví a tomar el dibujo, lo doblé y lo guardé en mi bolsillo.
Mi frente estaba cubierta de un sudor helado y mis enguantadas
manos ya se notaban demasiado pegajosas. Por un segundo recordé a mi padre, él
solía decir que desconfiaba de las personas a las que les sudaban las manos
porque son personas que demuestran nerviosismo y que se vuelven esclavos de sus
nervios al momento de tomar decisiones, en otras palabras, no son de fiar
porque no toman las mejores decisiones. Nunca le creí. Nicolás me enseñó a no
quitarme los guantes y a no dejar rastros, pero esta vez me sentía más incómodo
que de costumbre. Por acto reflejo me dirigí al baño y me detuve justo antes de
abrir la canilla, era una torpeza. Tomé mi pañuelo, siempre llevo uno en mi
bolsillo (otra de las tantas reglas de Nico) y mientras me secaba la frente vi
una ventana justo arriba de la bañera, abierta y con el espacio suficiente como
para que pase con facilidad un hombre adulto, si yo hubiera asesinado a la
víctima y me viera atrapado, encerrado, a punto de ser descubierto, huiría por
esa ventana. Sin dudarlo me acerqué a mirar. Había tres pisos de caída libre
hacia un patio interno del edificio. Comencé a pensar en cómo lo había hecho y
en ese instante me detuve, caí en la cuenta de que había considerado la
hipótesis de que el asesino huyó al sentirse descubierto, que quizás alguien
estaba abriendo la puerta o que algún sonido puedo haberle dado esa impresión y
el asesino, en un ataque de total irreflexión, le colocó el pasador a la puerta
y escapó por la ventana. Claro, eso no explicaría cómo es que encontraron el
cadáver tres días después. Esta alternativa sólo sería viable si el sonido
hubiera venido de la puerta del vecino, o de alguien que desistió al ver la
puerta cerrada…. quizás alguien que tenga algo que ocultar, o alguien a quien
el miedo ha silenciado.
Aún no apartaba mis confusas ideas y mis infundadas
sospechas cuando escuché a Nicolás entrar por la puerta.
- Primo, esta llave no
abre ninguna puerta en este edificio. Si ya terminaste, creo que es mejor irnos
a casa, hay algunas cosas que debo hacer, por lo que mañana visitaremos el
último escenario, ¿de acuerdo? –
- De acuerdo, Nic,
vamos.-
3 minutos después estábamos saliendo de ese edificio, sin
respuestas, con muchas preguntas y cargando los indicios de un secreto que aún
no atinábamos a revelar. Pero siento que me equivoco, tal vez hago mutuo y
comparto un sentimiento que me resulta demasiado exclusivo. Quizás fui el único
en salir de ese lugar sin respuestas, mascando dudas y con un secreto sin
revelar. Quizás Nicolás salió con más certezas de las que aparenta y con menos
preguntas. Quizás mi primo salió de ahí con su propio secreto o quizás fui yo el que se llevó la certeza de que mi
primo tiene algo que ocultar.
El martes 4 de diciembre estaré subiendo la parte 19. Saludos.-
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