Contra-tiempo pte.12 / Memoria

Algo que siempre me resultó extraordinario, a pesar de que no hay razón de rigor como para calificarlo así, es el hecho de recordar. Los hombres, los animales, algunas células y hasta el mismo ADN, según dicen, tienen la capacidad de volver al pasado, de sostener en sí mismos una huella de lo que sucedió, de recordar. Es así que aprendemos, que hablamos, que obramos y que entendemos cómo debemos obrar. Así se nos enseña. Desde los hechos más simples hasta los más complejos. Desde saber que el fuego quema porque nos hemos quemado y recordamos ese momento, hasta entender cómo debemos resolver determinadas cuestiones porque recordamos las palabras de gruesos libros que alguna vez debimos estudiar. Muchos tienen una memoria realmente admirable, pueden aprender textos con la exactitud de una grabación. Otros necesitan métodos para retener en su memoria algunas cosas, como números, direcciones, canciones o recetas.

Mi primo y yo tenemos memoria visual, ambos somos capaces de recordar todo lo que nuestros ojos ven. Recordamos qué oíamos en esos momentos, qué aromas y qué sabores percibíamos, e incluso recordamos qué sentíamos en el momento en que nuestros ojos captaron esa imagen, es como si todos nuestros sentidos estuvieran supeditados a la memoria que forma uno de ellos. Aristóteles decía que él confiaba más en la vista que en ningún otro sentido a pesar de ser el sentido más susceptible al engaño. Yo sólo sé que es mi manera del volver al pasado, mi manera de recordar, mi forma de hacer memoria. Alguna vez leí que nuestro cerebro es capaz de recordar lo que vemos hasta 10 segundos después de morir, incluso si uno muere decapitado. Siempre creí que esto era cierto y odio pensar en cuántos habrán tenido mi rostro como recuerdo de sus últimos segundos aquí, y es así que, a veces, los miro y me disculpo por formar parte de su memoria.

Pasé toda la mañana del día siguiente sumido en mis pensamientos y en silencio. Quise pedir disculpas, pero Nicolás detesta las disculpas y los agradecimientos injustificados, y en rigor, no tengo nada de qué disculparme. Él estuvo como si nada, cortando leña, cocinando, mostrándome su casa y sus autos, haciendo como si su vida fuera otra. Tuve la sensación de que mientras yo me limitaba a hablar en monosílabos, él fingía que no teníamos un trabajo que terminar o una conversación que comenzar.

Almorzamos temprano y a las 14:07 horas estábamos parados en un salón amplio, mismo que fuera testigo del segundo homicidio en la negra lista que nos fuera entregada. Una casa desordenada, bien diseñada, sucia, de estilo moderno y con las paredes cubiertas de extraños dibujos. La víctima era un arquitecto soltero, de unos 32 años, aficionado a la escultura y a la pintura. Pésimo en ambas cosas. La escena, en cuanto a lo relevante a nuestro trabajo, era una copia del primer homicidio. No había indicios de lucha, ni aberturas forzadas, ni pistas que indicaran la presencia de otra persona. Otra vez estábamos ante a una escena perfectamente limpia.

- Primo, creo que deberías ver esto. Quiero saber qué es lo que opinas, qué explicación le encuentras a esto.- Dijo Nicolás invitándome a que me acerque a una caótica mesa de trabajo que se ubicaba a su derecha.

A simple vista, la mesa presentaba un desorden similar al resto del lugar, nada extraordinario, con papeles desparramados, salpicados de café, aureolas de tazas y lápices mordidos con distintas longitudes, planos incompletos, dibujos a medias, algún post-it con fechas límites, en fin, nada importante se destacaba en un primer vistazo. Buscando nombres, direcciones, fechas y horas, encontré aquello que mi primo intentaba mostrarme: una simpática miniatura de un Mini-Cooper plateado que tenía un diminuto reloj por puerta izquierda se encontraba acomodado en lo más alto de la mesa de trabajo, con su vidrio partido, con sus agujas inmóviles, con ese dichoso número una vez más como protagonista, “12 en punto” parecía decir en agónico silencio.

- Veo otro reloj tan inútil como el anterior, Primo, sólo que éste está a la vista y el primero parecía oculto.- Nicolás asentía con la cabeza, mientras su mano derecha seguía haciendo girar su infaltable palillo.

- Nuestros amigos policías parecen menos observadores ahora.-

- Supongo que esto significa que encontramos una conexión entre los casos, aunque aún no seamos capaces de entender qué significa.- Creí que captaría la atención de mi primo con mi comentario, pero él simplemente me dio la espalda y observaba absorto por un inmenso ventanal mientras seguía jugando con su palillo.

- Agus, creo que es hora de irnos. Recorre el lugar con una mirada rápida y apura el paso que nos tenemos que largar de aquí.- Nicolás dijo esto con toda tranquilidad, pero no era normal en él apurar un proceso de observación, apresurar un análisis sin detenerse a discutir para sacar conclusiones.

No atiné siquiera a decir nada, seguí sus instrucciones. Él confiaba en mi memoria fotográfica tanto como en la suya, pero siempre dijo que “cuatro ojos ven mucho más que dos”. La buena memoria es algo importante cuando lo que sabes o lo que averiguas hacen la diferencia entre la vida y la muerte en tu trabajo.

Mi primo tomó el diminuto reloj, un deshojado cuaderno y algunos bocetos que estaban sobre la mesa de trabajo. Luego se giró hacia mí y me preguntó si estaba listo para irme.

14:39 horas estábamos arriba del brilloso Torino azul. Condujo durante unos 30 minutos en absoluto silencio. Nos alejábamos rápido de la ciudad. Nicolás respiró profundo, miró con atención su espejo retrovisor y me dijo:

- Hoy voy rápido, primo, como a unos 195 km/h. Creo que deberías anotar eso en ese raro diario tuyo, como para olvidarlo.- No entendí su comentario. No significaba absolutamente nada para mí. Él nunca comentaba la velocidad a la que viajábamos a menos que fuera algo extraordinario, y éste no era el caso.

Disimuladamente miré el velocímetro, a penas superábamos los 170 km/h y lejos se veía de los 195 km/h que acusó mi primo. No nos rebasó ningún vehículo y sólo un auto nos seguía el ritmo desde atrás, se trataba de un Audi A6, color gris, de vidrios polarizados y patente del año 2008, HVR 195. Supongo que tengo que admitir que mi primo fue claro: “Hoy Voy Rápido, como a 195 km/h”.

3 comentarios:

  1. ¿Y por qué no le dijo "anotá la patente del auto de atrás"..?
    ¿Tendrán micrófonos en el auto?

    Wow, la historia viene a cuenta gotas, y me muero de la intriga!

    ResponderEliminar
  2. Vale, bonita, es uno de los métodos que algunos necesitan para retener algunas cosas.... arriba lo explica... dice "números, direcciones"... falta decir "patentes"... pero sería muy obvio!
    Recordar una combinación de letras y nros. buscándole una relación a las primeras como si fueran iniciales y a los segundos en relación a la frase obtenida, es un buen método!.... decirlo en voz alta y tratar de hacérselo notar a alguien más, ayuda mucho... Además, se intuye de todo lo que va contando Agustín que a Nicolás le divierte hacerse el misterioso!... je!.. es parte de su personalidad, disfruta de verle la cara de desencajado de su primo!... mientras que Agustín intenta lo que sea por verle la misma cara a Nicolás...
    Se podría decir que tienen buena química, que encajan bien, ¿no?
    Besos!

    ResponderEliminar
  3. Jaj, claro, es mnemotécnica la cosa! Sí, entendí eso. Pero te juro que lo primero que pensé fue "micrófonos ocultos!"
    Estoy re pasada de historias policiales.

    Se nota que a pesar de no ser re elocuentes con las palabras, se comunican mucho más de lo que parece. Suma a todo lo atractivo de la historia...

    ...que siga llegando!
    Besos, nene. :D

    ResponderEliminar