Nos tomó algún tiempo individualizar a nuestros colegas,
descubrir sus verdaderos nombres e indagar por sus antecedentes. Ya corría
frente a nosotros más de un cuarto de la hora 18.
Caídos en la cuenta de que al menos 19 colegas nos seguían
las huellas para intentar limpiarnos, se nos presentó la necesidad de movernos,
de ponernos en acto, de actuar. Comprendí que ninguna medida que nos cuidara la
espalda estaba de más e interiormente agradecí que Nicolás despachara a los dos
sujetos del bar.
- ¿Cuál es el
siguiente paso, primo? ¿Buscarlos y limpiarlos uno a uno, antes de que ellos
hagan lo propio con nosotros? Y, a todo esto, te recuerdo que todavía no me
dijiste qué relación tiene esta peligrosa cacería con el caso que aceptamos.-
Quizás en mi voz se notaba un poco de hastío, pero me resultaba imposible
disimular lo incómodo que me hacía sentir esta incertidumbre. De a momentos
parecía tan obvio el desenlace que me desesperaba no poder hacer nada para
evitarlo.
- Bueno, ciertamente
no podemos quedarnos donde estamos y esperar a que vengan por nosotros. Si nos
vamos, si abandonamos todo por primera vez, seguiremos viviendo como fugitivos
y con el peso de saber que dejamos escapar la oportunidad de cambiar, de
redimirnos un poco y empezar a hacer una vida normal. Si le entregamos el caso
resuelto a la policía, tal como está ahora, y nos desentendemos de lo que viene
detrás, es seguro que los azules no van a poder lograr nada; lo que significa
que seguirán detrás nuestro porque sabemos demasiado. Dicho esto, está claro
que nuestra única alternativa es tomar al toro por las astas y enfrentarlos.-
- Perdón, primo, pero
aún no entiendo qué es lo que sabemos, ni puedo hacerme una idea acerca de qué
es lo que está sucediendo… en lo que a mí respecta, este caso está lejos de
resolverse, más te diría, cada paso que damos destapa un mar de dudas. Te juro
que no entiendo.-
- Y no entender es la
cuestión, Agus. A veces un poco de duda regala más seguridad que un puñado de
certezas. Te pido, primo, que confíes en mí. Después de todo, estamos solos en
esto y sólo nos tenemos a nosotros, mutuamente. Arcángel nos abandonó, a Runa
es mejor no involucrarla, Franco está muerto, Fabián ya hizo mucho y está muy
visto por los azules y cualquier contacto con nuestro pasado puede ser hoy un
potencial enemigo. Estamos solos.-
Nicolás hablaba en serio. El panorama no era para nada
alentador y huir no era una opción. Aún no estaba tan convencido acerca de la
conveniencia de alimentar mis dudas, pero estaba claro que mi primo no me diría
nada más.
- Muy bien, Nico.
Entonces te lo pregunto una vez más: ¿qué hacemos ahora? –
Pude ver un brillo intenso en los ojos de mi primo, una
media sonrisa, casi una mueca, su mentón se frunció un poco por un momento antes
de hablar.
- Rodar, Agus. Te
aconsejo uses algo cómodo y los “accesorios” de siempre - Su cabeza se
inclinó levemente hacia la derecha, sus cejas se arquearon y el mensaje
atravesó mi mente como una blanca luz en la más espesa oscuridad: era el
momento de hacer correr sangre. Tras unos segundos de silencio y viendo que
capté la idea a la perfección, resolvió: - Nos
vemos a las 20 en punto en el garage, primo.-
Mi reloj marcaba las 21:32 horas de ese eterno día. No sabía
con exactitud dónde se encontraba mi primo, a penas lograba convencerme de que
él seguía con vida y ni siquiera era capaz de adivinar qué o quién estaba tras
mis espaldas. Una abandonada estación de tren estaba siendo el escenario de un
enfrentamiento extremadamente sangriento. Yacía yo recargado sobre una gruesa
columna, sólo sabía que en mi cuenta tenía un herido, dos muertos, una bala en
la recámara de mi Beretta y mi cuchillo de monte justo arriba de mi tobillo
derecho. Las sombras me protegían y mi única opción era encontrar el modo de
hacer valer mi posición. Una hora atrás, aproximadamente, Nicolás entró en una
precaria casilla a la vera de la vía disparando a cuanta silueta se moviera,
reconocí a tres sujetos de nuestra lista en esa mesa y al resto no los pude
identificar. Unas cinco o seis prostitutas salieron de las habitaciones
gritando y llorando, huyendo semidesnudas. Nicolás las dejó escapar a casi
todas, retuvo un momento a la última sujetándola con fuerza de su brazo para
preguntarle por el resto de los “muchachos”, según palabras de mi primo. No
hizo falta que respondiera, y no logró hacerlo, unos cinco sujetos irrumpieron
en el lugar disparando a diestra y siniestra, la suerte quiso que la primera
bala le quitara la vida a la mujer que no pudo escapar. De allí en más, todo fue
confuso, llovían balas y mi primo insistió en que lo mejor era llegar a la
estación abandonada para cambiar el escenario.
Podía oír unos pasos acercarse a gran velocidad, alguien
corría. Paralizado, atrapado, escondido tras esa columna, sentía con claridad
cómo la adrenalina se apoderaba de mí. Una sombra cruzó corriendo frente a mis ojos,
saltó a las vías y continuó su carrera. Detrás de él, una sombra mucho más
grande, un sujeto inmenso de espalda ancha se lanzó detrás de la primer sombra como un depredador persiguiendo su presa. Le dio alcance y lo detuvo con un
fuerte golpe en la nuca, una vez que el primer individuo estuvo en el suelo, le partió sus piernas y luego sus brazos,
levantó su cabeza con sus dos manos, lo sostuvo 3 segundos y finalmente le
partió el cuello. No cabía duda alguna, se trataba de Nicolás, esa gigantesca silueta era mi primo.
Estaba tan distraído viendo la violencia de mi primo para
hacer su trabajo que me percaté demasiado tarde de que tenía un arma
apuntándome a la sien. El herido. Cometí un error, me distraje. Mientras
respiraba profundamente esperando la el plomo que llevaba mi nombre, sentí que
la presión sobre mi cabeza cesó. Mi verdugo caía. Nicolás le disparó a
distancia y acertó. Lo hirió en el costado derecho dándome la oportunidad de
ejecutarlo con mi última bala.
Nos acomodamos un poco la ropa y emprendimos nuestro
regreso. Dejamos atrás un gigantesco lugar convertido en escena de crimen y nos
fuimos caminando tranquilamente mientras las sirenas iluminaban nuestros
rostros. Nos subimos al Duna y volvimos hablando de trivialidades.
23:30 horas golpeaban el suelo cuando terminábamos de tachar
de nuestra lista a quienes pudimos reconocer. Un nuevo día moría, nuevos
sujetos morían, la sangre estaba por todos lados –ya sea que la viéramos o no-
y yo me sentía inevitablemente como en casa.
Pasé tanto tiempo en esto que me acostumbré. Pasé tanto
tiempo en esto que todo lo que sucede me resulta predecible. Hace tanto estoy
en este infierno que ya todo me parece familiar, normal, común, esperable, sin
sorpresas… “seguro”. Supongo que a esto puedo llamarlo hogar. Hogar es una palabra fuerte,
viene del lugar donde la familia se reúne para encender el fuego, calentarse y
comer, y hoy podría decir que es el lugar donde un grupo de individuos se
sienten seguros y en calma, donde encuentran a sus pares, a su familia;
ese lugar donde todo está bien, donde conocemos todo lo que nos rodea, ese
lugar que compartimos con los nuestros y en el que nos sentimos cómodos. Este
tipo de noches ya me resultan habituales, en medio de una balacera todos los
lugares se ven igual, cuando baila la muerte cada lugar es el mismo lugar y yo
conozco este lugar, me siento cómodo aquí, mi única familia me rodea y me
cuida. Definitivamente éste es mi hogar.
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