En mi memoria aún atesoro los recuerdos de cada visita que
hicimos con mis hermanos y mis padres a esta pequeña ciudad. Desde que era muy
pequeño recuerdo que año a año viajábamos más de 800 kilómetros cada
navidad para reunirnos con la familia, y durante el año había, al menos, dos
visitas más sin ningún motivo en particular. En esa época me emocionaba
reencontrarme con mis primos, mis abuelas, mis tíos y toda la familia en pleno.
Mi hermano mayor y yo pasábamos algún tiempo con mi primo, jugando videojuegos,
charlando y haciendo cosas como cualquier grupo de primos; con el tiempo fuimos
creciendo y nos fuimos cargando de ocupaciones hasta que comenzamos a vernos
menos, nos manteníamos en contacto a distancia y, si a caso, pasábamos por
estos lares una vez cada 2 o 3 años; no obstante nuestra relación no tenía nada
fuera de lo común y todo seguía igual, aún éramos primos normales hablando de
chicas, salidas, estudio y demás. Hace 7 años, todo cambió… definitivamente
nosotros cambiamos. Nos volvimos más fríos, un poco más unidos, perdimos algo
de nuestra superficialidad, de nuestra inocencia, todos nuestros proyectos,
nuestras metas… nos desviamos del curso natural de nuestra programada vida.
Lentamente nos fuimos olvidando de nuestros días de niños y de adolescentes, de
nuestros encuentros, charlas, pastas, cervezas, vinos… de nuestras reuniones
familiares en esa pequeña casa que casi hacía esquina.
8:32 horas abandonamos ese bar. Al salir repasé su nombre.
Me robó una sonrisa al leerlo. “Capital
del este”, dije casi en un susurro, como pensando tímidamente en voz alta.
8:40 horas Nicolás detuvo el auto frente al portón de esa
conocida casa, la casa de la esquina.
- Primo, ¿qué hacemos
aquí? –
- Nunca me deshice de
esta casa, Agus, más bien la reformé. La casa de la abuela, el viejo local de
la esquina, la casa de mis padres y la casa de esa vieja que vivía atrás de
nosotros, fueron unidas. Hace siete años, cuando pasó lo que pasó, le compré la
casa abandonada a esa vieja molesta; por muy poco dinero adquirí ese nido de
ratas para poder unir todas las propiedades. Hice una mansión. Casi no
modifiqué la fachada para guardar las apariencias y pasar desapercibido. De vez
en cuando los vecinos ven entrar y salir autos, y es que le pedí a Runa que se
encargara de cuidar la casa.-
- ¿Runa? ¿Aún sigue
enamorada de vos? Creí que su relación sólo fue sexo adolescente y que ahí
terminó.-
- Lo fue para mí, pero
ella fue siempre muy “particular”… y sí, supongo que un poco me aproveché de
eso, si es lo que quieres decir.-
- En fin, ¿qué hacemos
aquí? No tengo intenciones de volver a recordar lo que éramos, no quiero volver
a extrañar… prefiero no seguir metiendo el dedo en la yaga.-
- Primo, en mi casa
estamos muy lejos de todo, lejos de la ciudad, rodeados de nada… somos blanco
fácil y hay muchos que nos persiguen. No me voy a arriesgar. Además, pueden
parecer las mismas casas por fuera, pero detrás de esas viejas fachadas todo
fue remodelado, ya verás.-
Nicolás abrió el portón con un switch que estaba en el techo
del Duna, justo donde normalmente algunos modelos traían una luz de cortesía
para las plazas traseras. Tras el portón había una larga chochera pasante que
se comunicaba con un inmenso galpón donde Nicolás parecía guardar vehículos de
gran porte. Había camionetas imponentes y robustas, entre las que me llamaron
la atención sólo dos: una Ford Raptor modelo 2010 y una Dodge RAM 2500, ambas
cargadas con demasiado peso, lo que era fácil de adivinar por lo bajos que
estaban los amortiguadores traseros.
Mi primo cerró el portón, bajamos del auto y me invitó a
pasar. Su antigua casa, es decir, la de sus padres, estaba edificada toda en
planta alta; pero al unirla con la antigua casa de mi abuela, el local de la
esquina y el terreno de que se encuentra detrás, quedó una planta baja inmensa,
muy espaciosa. Es difícil imaginar para qué querría Nicolás un inmueble tan
grande.
8:52 horas marcaba el reloj de pared que tenía frente a mí
en la amplia sala de estar en que me encontraba. Mi primo preparaba café
expreso con un poco de licor de chocolate. Recordé que nuestra abuela preparaba
licores exquisitos y un poco de nostalgia recorrió mi ser.
- No se trata de
olvidar, primo, se trata de aprender a vivir con el recuerdo.- Dijo Nicolás
como adivinando lo que pasaba por mi mente en ese momento.
- Quizás tengas razón,
Nic – Entonces recordé el quinto homicidio, la reacción de Nicolás, los
momentos sumamente extraños que pasé en estos últimos días y, sobre todo, la
escalofriante noche que horas antes me tocó vivir. – Sólo me pregunto: ¿cuáles son los recuerdos con los que no puedes
vivir? –
Nicolás guardó silencio, puso un café sobre la mesa ratona
justo frente a mí, y se sentó en el sillón que se encontraba a mi izquierda.
- La ignorancia es una
bendición, Agus.-
- Y las verdades a
medias son la peor mentira.-
El teléfono sonó e interrumpió nuestra conversación. Mi
primo contestó, 10 segundos después colgó, apuró su café y, sin pronunciar
palabra, abandonó la habitación.
8 minutos después pude oír que las puertas se volvían a
abrir. Me giré decidido a seguir interrogando a mi primo, pero no venía solo y
eso me detuvo. Delante de mi primo se acercaba ella. Yo apenas la conocía por
fotos, era un poco llenita, cabellos de color nogal, ojos color miel, de
estatura por debajo del promedio, increíblemente sensual, de rostro angelical y
mirada penetrante. Caminaba segura, meciendo sus caderas, como decidida a
conquistar cuanto ser vivo hubiera en la habitación. Se detuvo frente a mí. Mi
rostro reflejaba admiración, sorpresa y un poco de excitación.
- Agustín, supongo.-
Dijo ella con sensualidad.
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