Contra-tiempo pte.29 / La casa de la esquina

En mi memoria aún atesoro los recuerdos de cada visita que hicimos con mis hermanos y mis padres a esta pequeña ciudad. Desde que era muy pequeño recuerdo que año a año viajábamos más de 800 kilómetros cada navidad para reunirnos con la familia, y durante el año había, al menos, dos visitas más sin ningún motivo en particular. En esa época me emocionaba reencontrarme con mis primos, mis abuelas, mis tíos y toda la familia en pleno. Mi hermano mayor y yo pasábamos algún tiempo con mi primo, jugando videojuegos, charlando y haciendo cosas como cualquier grupo de primos; con el tiempo fuimos creciendo y nos fuimos cargando de ocupaciones hasta que comenzamos a vernos menos, nos manteníamos en contacto a distancia y, si a caso, pasábamos por estos lares una vez cada 2 o 3 años; no obstante nuestra relación no tenía nada fuera de lo común y todo seguía igual, aún éramos primos normales hablando de chicas, salidas, estudio y demás. Hace 7 años, todo cambió… definitivamente nosotros cambiamos. Nos volvimos más fríos, un poco más unidos, perdimos algo de nuestra superficialidad, de nuestra inocencia, todos nuestros proyectos, nuestras metas… nos desviamos del curso natural de nuestra programada vida. Lentamente nos fuimos olvidando de nuestros días de niños y de adolescentes, de nuestros encuentros, charlas, pastas, cervezas, vinos… de nuestras reuniones familiares en esa pequeña casa que casi hacía esquina.

8:32 horas abandonamos ese bar. Al salir repasé su nombre. Me robó una sonrisa al leerlo. “Capital del este”, dije casi en un susurro, como pensando tímidamente en voz alta.

8:40 horas Nicolás detuvo el auto frente al portón de esa conocida casa, la casa de la esquina.

- Primo, ¿qué hacemos aquí?

- Nunca me deshice de esta casa, Agus, más bien la reformé. La casa de la abuela, el viejo local de la esquina, la casa de mis padres y la casa de esa vieja que vivía atrás de nosotros, fueron unidas. Hace siete años, cuando pasó lo que pasó, le compré la casa abandonada a esa vieja molesta; por muy poco dinero adquirí ese nido de ratas para poder unir todas las propiedades. Hice una mansión. Casi no modifiqué la fachada para guardar las apariencias y pasar desapercibido. De vez en cuando los vecinos ven entrar y salir autos, y es que le pedí a Runa que se encargara de cuidar la casa.-

- ¿Runa? ¿Aún sigue enamorada de vos? Creí que su relación sólo fue sexo adolescente y que ahí terminó.-

- Lo fue para mí, pero ella fue siempre muy “particular”… y sí, supongo que un poco me aproveché de eso, si es lo que quieres decir.-

- En fin, ¿qué hacemos aquí? No tengo intenciones de volver a recordar lo que éramos, no quiero volver a extrañar… prefiero no seguir metiendo el dedo en la yaga.-

- Primo, en mi casa estamos muy lejos de todo, lejos de la ciudad, rodeados de nada… somos blanco fácil y hay muchos que nos persiguen. No me voy a arriesgar. Además, pueden parecer las mismas casas por fuera, pero detrás de esas viejas fachadas todo fue remodelado, ya verás.-

Nicolás abrió el portón con un switch que estaba en el techo del Duna, justo donde normalmente algunos modelos traían una luz de cortesía para las plazas traseras. Tras el portón había una larga chochera pasante que se comunicaba con un inmenso galpón donde Nicolás parecía guardar vehículos de gran porte. Había camionetas imponentes y robustas, entre las que me llamaron la atención sólo dos: una Ford Raptor modelo 2010 y una Dodge RAM 2500, ambas cargadas con demasiado peso, lo que era fácil de adivinar por lo bajos que estaban los amortiguadores traseros.

Mi primo cerró el portón, bajamos del auto y me invitó a pasar. Su antigua casa, es decir, la de sus padres, estaba edificada toda en planta alta; pero al unirla con la antigua casa de mi abuela, el local de la esquina y el terreno de que se encuentra detrás, quedó una planta baja inmensa, muy espaciosa. Es difícil imaginar para qué querría Nicolás un inmueble tan grande.

8:52 horas marcaba el reloj de pared que tenía frente a mí en la amplia sala de estar en que me encontraba. Mi primo preparaba café expreso con un poco de licor de chocolate. Recordé que nuestra abuela preparaba licores exquisitos y un poco de nostalgia recorrió mi ser.

- No se trata de olvidar, primo, se trata de aprender a vivir con el recuerdo.- Dijo Nicolás como adivinando lo que pasaba por mi mente en ese momento.

- Quizás tengas razón, Nic – Entonces recordé el quinto homicidio, la reacción de Nicolás, los momentos sumamente extraños que pasé en estos últimos días y, sobre todo, la escalofriante noche que horas antes me tocó vivir. – Sólo me pregunto: ¿cuáles son los recuerdos con los que no puedes vivir?

Nicolás guardó silencio, puso un café sobre la mesa ratona justo frente a mí, y se sentó en el sillón que se encontraba a mi izquierda.

- La ignorancia es una bendición, Agus.-

- Y las verdades a medias son la peor mentira.-

El teléfono sonó e interrumpió nuestra conversación. Mi primo contestó, 10 segundos después colgó, apuró su café y, sin pronunciar palabra, abandonó la habitación.

8 minutos después pude oír que las puertas se volvían a abrir. Me giré decidido a seguir interrogando a mi primo, pero no venía solo y eso me detuvo. Delante de mi primo se acercaba ella. Yo apenas la conocía por fotos, era un poco llenita, cabellos de color nogal, ojos color miel, de estatura por debajo del promedio, increíblemente sensual, de rostro angelical y mirada penetrante. Caminaba segura, meciendo sus caderas, como decidida a conquistar cuanto ser vivo hubiera en la habitación. Se detuvo frente a mí. Mi rostro reflejaba admiración, sorpresa y un poco de excitación.

- Agustín, supongo.- Dijo ella con sensualidad.

Se inclinó para darme un beso, durante un segundo creí que se apoderaría de mis labios y me besaría apasionadamente (o más bien eso deseaba), pero su beso aterrizó un milímetro a la izquierda de mi boca, dejándola sedienta y semiabierta, justo medio entre una expresión de deseo y una de sorpresa. Casi puedo asegurar que ese delicado contacto duró más de lo normal, o al menos más de lo que yo esperaba. Había enmudecido, no pude ni decir “hola”. Nunca antes me había pasado esto con una mujer; sin embargo, en mi defensa, debo decir que hasta un ciego vería que ella era distinta a todas.

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