Contra-tiempo pte.17 / Vértigo

Cuando era niño, con unos 6 o 7 años de edad, mi padre solía viajar mucho y me llevaba con él. Con el tiempo me fui acostumbrando y viajar se convirtió en un verdadero placer para mí. Disfruto mucho de contemplar los colores del camino y el conjunto de sensaciones que me trasmite, pero fundamentalmente descubrí, ni bien empecé a manejar, que lo que más me gusta, el punto máximo de placer que obtengo de cada viaje, es la velocidad. De niño disfrutaba mirar a los árboles pasar borrosos por ante mis ojos. De adolescente, licencia en mano o no, disfrutaba de la adrenalina que me produce el vértigo de ver y sentir cómo todo lo que tengo frente a mí se precipita contra mi persona a toda velocidad. El vértigo se relaciona al movimiento de objetos a gran velocidad o de nuestro propio cuerpo, esa sensación de moverte a rápido, suave, casi despegándote del suelo, disfruto ese sentimiento de poder, de adrenalina, de estar a punto de perder el control.

Admito que me gusta el vértigo, me encanta, pero el vértigo también está cuando mi cabeza se mueve a gran velocidad y los hechos comienzan a precipitarse hacia mi mente para sucederse uno tras otro sin darme descanso. Este vértigo mental, esta sensación de que todo gira y pasa y me desborda hasta hacerme perder el control, es algo que realmente odio. Hay tanto por ver, tanto por entender, tanto por asimilar… tanto frente a nosotros estando tan cerca de llegar.

Luz, mucha luz, demasiada luz, demasiada luz en mis ojos, luz que no me deja abrir los ojos. Odio que Nicolás me despierte de esta forma, no entiendo cómo puede entrar a mi dormitorio y correr violentamente las cortinas de cada ventana como si nada. A cada lado de la cabecera de la cama donde duermo y a la derecha de la misma se ubican tres grandes ventanales con sus respectivas cortinas, mi primo suele utilizar la luz del sol que sale por el oeste e inundar la habitación con rayos de sol para quemarme los ojos y obligarme a despertar. Tras una dura noche en la que casi no pude dormir, nada mal me hubiera caído que el amanecer se tardara tres o cuatro horas más. Pero, como siempre digo, el tiempo nunca estuvo de mi lado.

- Primo, es hora de arrancar el día antes de que el día se nos adelante a nosotros.-

- ¿Nic, es necesario arrancar tan temprano? ¡Dios! Me duelen los ojos, se me parte la cabeza y no, sé muy bien qué es lo que estás pensando, pero no, esto no tiene nada que ver con mis whisky’s con energizantes, como te dije, me gusta beber un poco antes de dormir.- Las palabras se me deslizaban y me costaba hablar. Sentía que mi aliento era seco y pastoso, y que mi voz estaba más gruesa de lo normal. Con mi mano izquierda señalaba al lugar en donde, según creía, estaba mi primo mirándome con esa burlona sonrisa.

- El tiempo no existe, Agus, siendo así, vale decir que nunca es demasiado temprano o demasiado tarde, pero el sol sale sin preocuparse por lo que diga nuestro reloj y conviene aprovechar la luz. Arriba, primo, hoy nos espera un día intenso.-

La voz de mi primo aún resonaba en mi cabeza cuando logré abrir los ojos. Logré verlo salir de la habitación y junté todo el coraje que pude para forzarme a salir de entre las sábanas.

Nicolás me esperaba en la planta baja con el desayuno servido. Debo reconocer que siempre fue muy atento y jamás se le escapa detalle alguno. Desayunamos en silencio, a él se lo notaba impaciente y yo aún estaba intentando apaciguar el vértigo que me provocaba todo lo sucedido en el último tiempo, toda esa información y esos hechos que no hacían más que ocupar mi mente, desbordarla, confundirla, alterarla. Mis pensamientos y mis ideas estaban viciados por lo sucedido en los últimos días, ¿qué tan útil le puedo ser a Nicolás cuando ni yo mismo logro comprender lo que me pasa?

8:11 horas estábamos frente a la puerta del quinto departamento.

- Agus, es hora de que hagas lo tuyo.- Sé perfectamente que esa expresión es la señal de que debo ocuparme de la cerradura de la puerta. Nicolás me enseñó a trabajar con ganzúas para poder abrir puertas, me dio las claves para empezar y me pidió que me perfeccionara, que aprendiera y dominara el “arte” de abrir todo tipo de cerraduras. Gracias a mi primo descubrí en mí una nueva habilidad.

Creo que ni siquiera Nicolás estaba preparado para ver lo que había detrás de esa puerta. La escena era deprimente al punto de casi ser escalofriante. Difícilmente se puede imaginar qué clase de persona podría vivir ahí. Se trataba de un monoambiente rectangular, pequeño, con un baño minimista, una pileta lava-platos junto a un anafe y una vieja heladera de puertas de madera con congelador. El lugar sólo estaba amueblado con un catre, una mesa demasiado básica y una silla que le hacía juego. Por vajilla sólo había un vaso, un plato, un cuchillo y un tenedor. El lugar no estaba demasiado iluminado, había una luz central que se encendía por una llave a la izquierda de la puerta de entrada y un aplique en la pared del fondo que parecía encenderse con una llave ubicada justo arriba del catre. En el lava-platos había sólo una bandeja plástica de esas que vienen con las ensaladas.

Instintivamente comencé a buscar un reloj, pero no había ninguno. No había fotos, no había adornos, sólo una pequeña pila de libros en el suelo junto al catre. Nada parecía darnos alguna pista útil. Las paredes estaban tapadas por unas placas grises, con un listón de madera pintado de blanco que mediría unos 4 centímetros superpuestos a ellas cubriendo las juntas.

La víctima era un joven sumamente introvertido, sin familia, sin amigos, sin ninguna actividad conocida. Básicamente, no teníamos datos sobre el sujeto. Sabíamos que medía aproximadamente 1,75 metros, era delgado, de cabello revuelto un tanto enrulado, piel pálida, manos grandes, pies grandes y nariz aguileña; pero ninguno de esos datos es relevante a la hora de resolver un homicidio, al menos no en este caso.

- Primo, esto demasiado raro. La cerradura no fue forzada, por lo que puedo asegurar que estaba sin llave, pero del lado de adentro la puerta tiene un pasador que la policía tuvo que romper para poder entrar luego de que los vecinos se quejaran por el mal olor. A esto y considerando que no hay ventanas, sólo resta pensar que el homicida nunca salió del lugar. Quiero decir, existe una ventana, pero es evidente que la víctima la cubrió hace años y que nadie la ha abierto desde entonces. Lo preocupante es que tampoco veo lugar dónde esconderse y ningún sentido tiene que el homicida decidiera quedarse adentro. Sólo Houdini podría salir de este lugar con la puerta cerrada y el pasador puesto.-

- ¿En qué estás pensando, Nic? -

- ¿Justo ahora? En “los crímenes de la calle morgue” de Edgar Allan Poe. El dilema es muy similar. Aquí no hay reloj, aquí no hay dibujos o rastros, siquiera, de su caligrafía que pudiéramos identificar. Este sujeto es un misterio en sí mismo - Claramente Nicolás estaba entusiasmado por tener ante sí un acertijo que no podía descifrar, pero hacía un gran esfuerzo por disimularlo y fingía preocupación para no restarle seriedad al asunto.- Revisa los libros que están en ese rincón y yo buscaré alguna salida en el baño.-

Los gruesos libros de tapas duras tenían una temática en común: todos trataban de anatomía humana avanzada. Lo ojeé en una mirada rápida y fundamentalmente busqué alguna anotación al margen. Sólo encontré un dibujo, en la contratapa de un libro, de una especie de sol con una línea roja marcando un poco más del radio de la circunferencia que se dibujaba con guiones de distintas longitudes.

- Agus, creo que tendrías que ver esto, necesito que me des tu opinión.- Nicolás no estaba en el baño, estaba junto a la mesa situada en medio del departamento. Me estaba señalando una mancha roja, obviamente era sangre, y en su mirada adivinaba intriga.

- Es aquí donde murió y no parece haber sido arrastrado, pero no hay mucho más que te pueda decir, primo.-

- Agus, la herida fue profunda y la mancha de sangre se va aclarando hacia el centro, se notan aureolas más claras hacia el lugar donde estaba la herida. ¿Qué significa esto? -

Tenía toda la razón, pero aún seguía sin saber qué significaba. Mientras aún estaba enfrascado en mis ideas sobre la pregunta de mi primo, él se fue hacia el catre. Pensé que tomaría alguno de los libros, pero no, fue directo al sencillo aplique en la pared, lo tomó por la base y empujo. Ante mi atónita mirada la pared empezó a retroceder como si se tratara de una puerta. Mucha información, muchas preguntas, demasiado qué asimilar y el vértigo, de nuevo el vértigo en mi cabeza que me comenzaba a marear.

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